El año pasado confirmó el ocaso del modelo neoliberal financiero que impuso el gobierno de Mauricio Macri desde un comienzo. El endeudamiento masivo del Estado que arrancó en 2016 le permitió avanzar con un programa de distribución regresiva del ingreso, que terminó cayendo por sus propias inconsistencias. El rescate financiero del FMI no alteró esa situación, pero le dio tiempo a la derecha para seguir con su proyecto concentrador de la riqueza.

Después de tres años de gobierno, resulta fundamental realizar un balance de la gestión Cambiemos. Como se sabe, la llegada del macrismo suponía un cambio radical de modelos. De uno basado en un papel activo del Estado a otro donde el Estado se retiró de sus atribuciones más importantes: dejó de recaudar impuestos progresivos, disminuyó subsidios a los servicios públicos y eliminó programas sociales. Dentro de los resultados que se esperaban a priori de este tipo de medidas –al menos las que esperaba el oficialismo– se encontraba la posibilidad de consolidar un nuevo ciclo de crecimiento basado en la inversión, tanto interna como externa. Sin embargo, una vez más en la historia económica argentina la teoría del derrame brilló por su ausencia. La redistribución de riqueza a favor de un pequeño grupo de conglomerados de empresas no hizo más que favorecer la acumulación desigual y la fuga de capitales. Por otro lado, la desmejora del salario real de los trabajadores y la caída del consumo generó una contracción del mercado interno y, principalmente, una destrucción del entramado industrial. Para repasar los desaciertos de la gestión macrista, en lo que sigue se realiza un racconto de los principales indicadores económicos y su evolución a lo largo de 2018.

Inflación

Resulta paradigmático que la fuerza gobernante haya caracterizado como uno de sus principales objetivos de gobierno, previo a su asunción, el combate a la inflación. Sin embargo, a un año de terminar su mandato, la variación de los precios minoristas de 2018 fue la más elevada en 27 años. Según el Indec, alcanzó a 47,6 por ciento, la mayor desde 1991, año que arrastraba el alza de precios de la hiperinflación del ‘89/90, superando la de 2002, 2014 y 2016. Asimismo, algunos rubros sensibles aumentaron más que la inflación general, lo que demuestra el impacto asimétrico que ha tenido la suba de precios, con mayor perjuicio sobre los deciles más bajos de la distribución del ingreso. Por ejemplo, el precio del transporte público creció 66,8 por ciento y los alimentos y bebidas no alcohólicas, 51,2.

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Ingresos reales

Una de las consecuencias inmediatas de la aceleración inflacionaria fue la notoria pérdida en el poder adquisitivo de los ingresos de los hogares argentinos. El salario medio registrado acumuló a octubre una pérdida de 9,4 por ciento de poder adquisitivo, que superaría los 10 puntos cuando se conozcan los datos del último bimestre. No obstante, es todavía mayor el impacto que tuvo la inflación de 2018 sobre el poder adquisitivo tanto del haber mínimo jubilatorio como de la asignación universal por hijo (AUH). La merma en el poder adquisitivo tanto de la jubilación mínima como de la AUH es sustantiva, especialmente a partir de agosto, cuando se acelera la suba de precios tras el fuerte salto del tipo de cambio. Esos ingresos aumentaron 28,8 por ciento el año pasado contra una inflación de 47,6. Si se compara la actual fórmula con una indexación perfecta al IPC, un jubilado que percibe el haber mínimo hubiera recibido casi 8.500 pesos más, prácticamente un haber adicional.

Producción

Era de esperarse que en el contexto depresivo que han mantenido los salarios reales de los trabajadores el consumo doméstico se deprimiera y eso impactara sobre el PIB. Según las proyecciones del Gobierno en el consolidado de 2018, la economía caería 2,4 por ciento. En la misma línea, las consultoras encuestadas por el Banco Central en su Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM) adelantaron igual resultado. En cambio, distintos organismos internacionales esperan resultados con mayor deterioro. Es así que el FMI estimó que la actividad cayó 2,6 por ciento. Tanto la CEPAL como la OCDE pronosticaron que la economía retrocedió aún más (-2,8 por ciento). Con lo cual, alcanzado el tercer año de gobierno, se promediará un magro desempeño en materia de crecimiento. Analizando este desempeño en relación al inicio de su gestión, la actual administración terminará 2018 con un PIB 1,4 por ciento menor al de 2015. La demanda agregada caerá 2 por ciento. Desagregando los componentes de la demanda global, el consumo privado disminuirá 3,4 por ciento, y el consumo público bajará 2 puntos. Producto de esta caída en la demanda cayeron las importaciones (-2,2 por ciento) y solamente crecieron las exportaciones (pero en un escaso 5,1).

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Balance comercial

En materia comercial, el macrismo aplicó desde un principio una serie de medidas tendientes a desregular el comercio exterior. El país abrió sus puertas hacia todo tipo de productos de origen transnacional. Las importaciones crecieron más que proporcionalmente respecto de las exportaciones, por lo cual el saldo comercial se deterioró. El rojo comercial alcanzó los 8.500 millones de dólares en 2017 (el más importante de la historia en dólares corrientes). En 2018, las importaciones cayeron levemente como consecuencia de la contracción de la actividad doméstica. Solo por esto, el rojo comercial fue menor al del año anterior, con 3.820 millones de dólares. Además, la nueva configuración del comercio exterior propuesta por el oficialismo con mayor relevancia, al menos en lo discursivo, del comercio con los Estados Unidos, se mostró improductivo para el país. El saldo comercial con ese país resultó deficitario para Argentina en 4.243 millones de dólares el año pasado. En cambio, los mayores volúmenes de compras externas están asociados al denostado Mercosur. Las exportaciones a estos países aumentaron 18,5 por ciento en 2018, hasta 14.161 millones de dólares, con lo cual han aportado incluso más dólares que el comercio con toda Europa, hacia adonde se realizaron exportaciones por 9.219 millones.

Industria

Dentro de los diversos sectores productivos, la industria fue el más afectado. La corrida cambiaria de abril volvió a producir un desplome del mercado doméstico y con él, una profunda caída del sector industrial. Según los datos del EMI (Estimador Mensual Industrial), en mayo comenzaron los números rojos. En noviembre, último dato publicado, la industria derrapó 13,3 por ciento. Para el caso de la industria, la mayoría de las medidas económicas aplicadas por el oficialismo fueron recesivas. El ajuste fiscal, la devaluación, la suba de las tasas, las importaciones, entre tantas otras políticas, sumergieron al sector fabril en una crisis que no tiene un horizonte de resolución  en el corto plazo.

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Deuda

La transferencia de ingresos de los sectores bajos y medios a los sectores concentrados, la fuga de capitales, la remisión de utilidades y dividendos de las multinacionales a sus casas matrices, el turismo de las clases altas y medias-altas en el exterior y la apertura importadora no pudieron haber sido posibles de no ser por el fenomenal proceso de endeudamiento llevado adelante desde diciembre de 2015. La deuda pública bruta al segundo trimestre de 2018 alcanzó los 327.166 millones de dólares, es decir, la deuda creció en 92.942 millones en relación a diciembre de 2015, o bien, se incrementó en un 40 por ciento. No obstante, lo que más aumentó dentro de este monto es la deuda en moneda extranjera, que alcanzó en junio de 2018 los 244.669 millones de dólares, es decir, creció un 53 por ciento, 84.336 millones. Con lo cual, del incremento de la deuda en dos años y medio, el 91 por ciento correspondió a deuda en moneda dura. Con todo, la deuda pública externa pasó de rondar el 11,2-13,9 por ciento del PIB durante el periodo 2011-2015 a elevarse hasta el 35,4 por ciento en el segundo trimestre de 2018 (un aumento de 22 puntos porcentuales en apenas dos años y medio).

En suma, y como lo reflejan diversos indicadores y agregados macro, la economía argentina se encuentra atravesando un panorama sombrío. La actividad económica cayó en 2018, con una baja del salario real y del consumo. Las esquirlas de los desbalances externos se sintieron en el mercado local. La salida de divisas por distintos conceptos llevó al BCRA a subir las tasas, medida que fue insuficiente para evitar que el tipo de cambio pegue un salto notorio hasta duplicarse. Este escenario hubiera sido incluso peor sin la ayuda financiera del FMI. Lo que queda por delante es incierto. Las necesidades de financiamiento externo son crecientes y los próximos meses serán clave para saber si el Gobierno podrá renovar los vencimientos de la deuda.

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