Argentina cierra 2018 con la acumulación de conflictos provocados por tres años de un modelo económico que fracasó en su intento por atraer capitales, con recesión interna y compromisos impagables como resultado. El análisis de López Mieres, economista de IPyPP.

El extraordinario aporte del FMI, atando a cambio la política económica a sus propias reglas, no logró disimular la situación de crisis cambiaria que arrrastra la Argentina. Las tensiones se vieron reflejadas en las últimas dos semanas en el aumento del riesgo país y nuevas oscilaciones en la paridad cambiaria, dejando otra vez una imagen de alta vulnerabilidad de la economía local. Los especialistas ya hablan de “default técnico” del país, porque no está en condiciones de generar fondos para el pago de sus compromisos bajo el actual modelo económico. “Todo depende de lo que resuelva el FMI, que tiene la llave para salvar a la Argentina del default prolongándole la agonía”, disparó Alejandro López Mieres, economista del Instituto del Pensamiento y Políticas Públicas (IPyPP), a quien se le requirió un balance de la situación financiera en este cierre de año. Sus reflexiones sobre estos tres años de política económica, el fracaso de “los pilares de la apertura” de 2016, una crisis cambiaria que el FMI postergó, el estrangulamiento de la economía por el programa de ajuste y el por qué de los nuevos síntomas de desconfianza externa, sintetizados en sus principales conceptos.

El huevo de la serpiente

“Durante dos años (2016 y 2017), el gobierno argentino ingresó en un proceso de endeudamiento creciente para suplir la falta de ingresos o generación de dólares, que cubrieran el déficit fiscal y de divisas producido por los principales pilares del modelo económico de Cambiemos: la devaluación del peso, libertad irrestricta a la entrada y salida de capitales, arreglo y pago de la deuda a los fondos buitre, y baja o eliminación de retenciones a la exportación. Con ello se lograría ‘restablecer la confianza, reingresar al mundo y promover una lluvia de inversiones’. Pero este proceso llevó al país a depender de las condiciones del crédito internacional, es decir que en cuanto se trabara el acceso, el proceso entraría en crisis. No es que ‘hayan pasado cosas en el exterior’ en 2018, es el modelo elegido el que llevó a pagar las consecuencias de las condiciones exógenas”.

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En las garras del FMI

“Este proceso derivó en la decisión de entregarle el control de la economía al FMI. Hoy padecemos un estrangulamiento fiscal, monetario y financiero sin precedentes. La banda cambiaria terminará operando como una suerte de convertibilidad encubierta, con tasas de interés prohibitivas para la economía real y garantía de continuidad en el tiempo, según dichos de  autoridades económicas locales, de esos niveles en el costo del dinero para mantener equilibrado el tipo de cambio (el valor del dólar). Por este mecanismo, que prioriza la estabilidad del tipo de cambio como variable central, se condena a una segura destrucción al aparato productivo y a la desaparición del crédito. Plantear la estabilidad de la paridad cambiaria como ancla inflacionaria (no dejar que suba el dólar para que así no suban los precios) equivale a habilitar que siga la fuga de divisas, la remisión de utilidades al exterior, el déficit externo en turismo y, en consecuencia, mantener latente la amenaza de crisis cambiaria”.

La crisis cambiaria

“Con los números del balance cambiario al 30 de noviembre en la mano, se observa que la salida neta al exterior de divisas por Turismo, pago de intereses, remisión de utilidades empresarias y fuga de activos financieros se han acumulado, en 35 meses, 122 mil millones de dólares. Este déficit en cuenta corriente se compensó con inversión extranjera directa de 7000 millones (muy poco, una tenue garúa en vez de lluvia de inversiones), inversiones netas de cartera y préstamos por 28 mil millones (fondos especulativos que todavía están dando vueltas aprovechando las altas tasas en pesos), 65 mil millones de incremento de deuda externa más 20 mil millones prestados por el FMI (en diciembre de agregaron otros 7500 millones, pero fuera del período en análisis)”.

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“Salvo la inversión directa, los restantes 113 mil millones de dólares son compromisos exigibles (a pagar al exterior) acumulados en apenas 35 meses. Dinero que desapareció de la Argentina en ese período y que es superior al de la deuda del default más grande de la historia argentina (año 2001)”.

Un default a la vista

“Pese al millonario aporte de crédito del FMI (57 mil millones de dólares), el riesgo país alcanzó en las últimas jornadas hábiles del año el nivel máximo del período macrista. ¿Por qué? Porque del exterior se percibe que Argentina no está en condiciones de generar las divisas que la salven de incumplir sus compromisos y tener que renegociar vencimientos para evitar un nuevo default. Ahora, todo depende de lo que haga el FMI, que tiene en sus manos la decisión de seguir engrosando su ayuda crediticia para prolongar la agonía. La decisión es política, no económica. El FMI siempre, frente a un eventual default, es un acreedor privilegiado (recordar el de 2001, fue la única deuda que no tuvo quita y se canceló totalmente en 2005). Pero los analistas también saben que el resultado de los programas de ajuste, por experiencia, siempre reducen las posibilidades del país deudor para honrar el resto de las deudas. Ante el default inevitable, es el FMI el que elige en qué momento se produce”.

“Eso explica la mayor o menor desconfianza de los inversores, según vean el default más cercano o lejano. Pero todos lo ven en algún punto del horizonte”.

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